Sureda apela a la mesura y a la previsión para arribar al “futuro que debemos y podemos construir”. Señala que “no solamente podremos exportar mucho, sino también podremos desarrollar nuestra industria, multiplicar el valor de nuestra riqueza y asegurar a nuestros descendientes el desarrollo humano que tantas veces nos prometimos y tantas otras nos negamos”
Luego de varios miles de millones invertidos, la actividad privada puede decir que Vaca Muerta es la roca que todos anhelamos que fuese. Una maravilla. Ahora ya no hay dudas al respecto.
A lo largo del tránsito de la llamada “curva de aprendizaje”, Argentina también comprobó que está en posesión de los recursos humanos capaces de transformar la Roca Prometida en una realidad. El talento argentino y la capacidad de trabajo se unieron, por fin, en nuestro bendito país para producir la que entiendo como la noticia mas relevante de los últimos 15 años en materia energética.
En un país donde las buenas noticias son noticia, la merecida satisfacción por los resultados logrados da paso a una mezcla de percepciones no exentas de contradicciones. Como suele ocurrirnos a los humanos ante este tipo de circunstancias.
Hay euforia “técnica” por todo lo antes dicho.
Hay alegría en Neuquén porque alumbra un futuro que todos imaginamos lleno de realizaciones.
Y hay satisfacción en el gobierno porque los “46 granitos de arena” están dando sus frutos. Entonces, ¿el futuro ya llegó?
Bueno, ahora viene la parte ardua que debemos encarar con la seguridad de que el éxito solamente depende de nosotros. Tenemos por delante el desafío de la infraestructura, de la arena, de desarrollar los bienes y servicios que demandarán nuestros compatriotas para poder dar lo mejor de ellos en el camino hacia el futuro. Y que dichos bienes y servicios queden también al alcance de los argentinos no directamente involucrados en la extracción de los hidrocarburos. De modo que la prosperidad que promete Vaca Muerta sea para todos los argentinos de buena voluntad, que deseen subirse al tren del trabajo y el esfuerzo.
Tenemos por delante el desafío de hacer de nuestra Argentina un país “normal”, predecible, donde una naranja es una naranja. Donde nuestra moneda no se derrita en nuestros bolsillos como si fuese hecha de manteca. Donde “sí” signifique “sí”. Y “no” sea “no”. Hoy, mañana, y los años electorales también.
Esta Argentina que ambicionamos y que está al alcance de nuestras manos a poco que así lo decidamos, es la que disparará la confianza de los inversores y alimentará el deseo, casi compulsivo, de proyectar a Vaca Muerta al mundo, impulsada por un cohete llamado “quiero crecer, sin flan”.
Entonces, cumplidas estas condiciones, ¿lo habremos logrado?
De ningún modo. Cumplidas estas condiciones podremos ir al mundo a vender Vaca Muerta, porque entonces podremos responder “sin dudas, y me obligo”, a la simple pregunta ¿pueden garantizar las entregas de gas durante 20 años, es decir no Vaca Muerta, sino Ustedes los argentinos?
Entonces, ya está.
Bueno, entonces podremos producir y exportar 500.000 barriles de petróleo y 60, 80 millones de metros cúbicos de gas natural. Cada día de las próximas 2 generaciones.
Ahora sí, Sureda, basta de excusas, ¿no? Lo siento, pero no. Para que ese futuro se transforme en desarrollo material y humano, deberemos aprender a manejar la abundancia de otra forma.
Y esta “nueva” forma supone ahorrar antes que ir a Miami, significa regular los ingresos para que la economía ni explote ni se vaya en “soluciones rápidas y fáciles para todes”.
Mesura. Disciplina fiscal. Previsión de fondos para el futuro de los argentinos. Entonces no solamente podremos exportar mucho, sino también podremos desarrollar nuestra industria, multiplicar el valor de nuestra riqueza y asegurar a nuestros descendientes el desarrollo humano que tantas veces nos prometimos y tantas otras nos negamos.
La Argentina de nuestros abuelos. Esa Argentina
(*) Ex secretario de Hidrocarburos