La falta de financiamiento por sanciones complica a ambos estados.
Venezuela y Libia constituyen dos focos de atención mundial y son el escenario de pujas entre las grandes potencias mundiales. No sólo por la caída de sus respectivas producciones de petróleo, sino por la importancia geopolítica que representan el volumen de reservas de crudo de ambos estados.
Nicolás Maduro es el gran responsable de la ruina de la economía venezolana. Por su notoria incapacidad de gestión, fundamentalmente. A lo que suma el haber promovido una receta que no funciona, la del “socialismo venezolano”, manejado a sus anchas y pareceres, por lo demás. Por eso Venezuela ha colapsado.
Ahora Maduro sale en busca del dinero que naturalmente no consigue en los mercados de deuda. Porque el mundo ya sabe quién es. Por ello busca inversores, desesperadamente. A costa de sus pretendidos “principios y credos” socialistas. Está ahora tentando a grandes empresas petroleras extranjeras a que inviertan en el sector energético de su país.
Ya ha contactado, específicamente, a la rusa Rosfnet, a Repsol de España, cuyo paso por Argentina no fue ciertamente positivo para el país receptor de su “inversión”, y a la italiana Eni SpA. A las que podrían estarse además sumando otros contactos similares.
Les ofrece, créase o no, participación mayoritaria en la explotación de yacimientos activos de hidrocarburos venezolanos. Y el consiguiente manejo operativo. Si esto se concreta el monopolio estatal del sector llegaría claramente a su fin. Y Nicolás Maduro pasaría, para algunos, a integrar la lista corta de los llamados “vende-patrias” venezolanos.
Conseguir los pretendidos inversores no será tarea fácil, puesto que las sanciones económicas contra el régimen de Maduro impuestas por los EEUU prohíben a todas las empresas del mundo hacer negocios con el régimen de Maduro.
A lo que se suma el estado ruinoso de la empresa estatal petrolera PDVSA, que antes de la llegada de los “chavistas” producía unos 3,5 millones de barriles diarios de crudo y hoy apenas genera unos 700.000 barriles por día. A lo que se agrega otra limitante: el hecho que las reservas de divisas del Banco Central están en su menor nivel de las últimas tres décadas.
Por esto algunos interesados parecen estar exigiendo ser pagados con el propio flujo de la explotación de los yacimientos. Esto es, en pocas palabras, no financiar sino muy limitadamente la operación extractiva. A lo que se adicionan las clásicas y conocidas propuestas de “conversión de la deuda externa de PDVSA en dinero”, en condiciones muy favorables para los inversores extranjeros.
Para llevar adelante esta estrategia, Venezuela necesitará cambios legales que no serían menores, desde que la propia Constitución del país caribeño establece restricciones concretas a la participación de la inversión extranjera en el atractivo sector energético venezolano.
Para Nicolás Maduro, queda visto, la necesidad también tiene cara de hereje. Y los principios ceden fácilmente a la hora de tratar de encontrar soluciones a la cada vez más profunda crisis económica que sufren la deteriorada economía de Venezuela y su castigado pueblo.
Mientras tanto, en Libia….
En noviembre de 2008, la entonces presidente de los argentinos, Cristina Fernández de Kirchner, de la mano de su Canciller, Jorge Taiana, emprendió un viaje bastante poco común que la llevó a visitar varios países del norte de África. Las escalas incluyeron –cabe recordar- a Argelia, Egipto, Libia y Túnez.
Poco y nada surgió comercialmente de ese inusual esfuerzo, que naturalmente pagamos todos. En su muy poco trascendente “tour” africano, la ex presidente se entrevistó, entre otros líderes locales, con el peculiar líder libio, Muammar Khadafi, hoy desaparecido y casi olvidado.
Esto ocurrió pese a que ya se lo tenía claramente como un realmente patológico y poco creíble personaje que se había simplemente encaramado en lo más alto del poder en su país a lo largo de cuatro décadas sin, curiosamente, haber sido nunca electo democráticamente, a través de las urnas. Lo que, queda visto, se tuvo apenas como un “pequeño detalle”, en el que presumiblemente no valía la pena reparar siquiera. Ese “detalle” no impidió el viaje comentado y la gira consiguiente, que eran evidentemente totalmente innecesarios.
Para Cristina Fernández de Kirchner, la razón fundamental para conocer -y acercarse- a Khadafi era que -como también sucedía con ella, pretendidamente- el mencionado libio “cuestionaba” el “status quo” internacional de ese momento; lo que, supuestamente, cabía aplaudir a raja tablas y reconocer, como si efectivamente se tratara de un mérito muy trascendente.
Hoy las cosas lucen bien distintas. Khadaffi tuvo un final trágico. Libia es aún un caos desesperante. Y las principales potencias del mundo se enfrentan abiertamente allí para tratar de posicionarse en función de sus intereses e influir en su futuro. Pese a que, desde las Naciones Unidas, el representante designado para esa extendida crisis, Ghassan Salame, les dice, con toda claridad, que “saquen su manos fuera de Libia”, a la que, con sus respectivas ambiciones nacionales, están haciendo daño.
Ahora el caos parece crecer aceleradamente y se está complicando, en extremo.
Turquía está ya desplegando tropas presuntamente en apoyo del gobierno nacional libio que funciona en Trípoli, que es el que ha sido expresamente reconocido por las Naciones Unidas.
En otra sintonía, bien diferente. El ambicioso y eficiente General libio Khalifa Haftar, que -acompañado ostensiblemente por grupos de pretendidos “mercenarios” rusos- comanda una bien conformada milicia libia, acaba de apoderarse de la ciudad de Sirte. Y apunta ahora a conquistar pronto a la ciudad portuaria aledaña de Misurata, escalando así el enfrentamiento armado que está en el centro mismo del complicado infierno político local, con lo que sigue creciendo en poder e influencia. El embargo de armas que aún pesa sobre Libia está, por lo demás, siendo violado impunemente.
Europa está en esto, claramente dividida: Francia apoya al mencionado general Haftar. Italia, que es la ex metrópoli colonial de Libia, se ha embanderado, en cambio, con las autoridades de Trípoli.
Donald Trump ha expresado su simpatía por Haftar, pero no se ha comprometido formalmente en apoyo de sus acciones.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –por su parte- ha evidenciado otra vez la enorme impotencia que lo limita, tratando el tema libio nada menos que catorce inútiles veces desde Abril pasado, sin lograr siquiera la firma de un acuerdo mínimo de “cese el fuego”.
Todo esto pese a que el consenso es que por ahora al menos no hay, a la vista, solución que pueda ser solamente militar. No obstante lo cual, las armas no se han acallado y siguen siendo utilizadas por las partes y sus respectivos sostenes como el principal argumento en el que se apoyan sus respectivas pretensiones y edifican sus distintas ambiciones.
Por todo esto, la tragedia de la guerra sigue atenazando de lleno a Libia. Y los insistentes llamados pacificadores de Rusia y Turquía están cayendo en oídos que, en los hechos, son absolutamente sordos.
* Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas