Por Oscar Dores *
El mundo cambia cada vez más vertiginosamente y no hay dudas de que la tecnología es uno de los pilares fundamentales de las transformaciones que vivimos cotidianamente. Además, la Pandemia de Covid-19 aceleró la implementación global de plataformas y de reformas laborales que, tal vez, se estaban pensando para más adelante.
Esas modificaciones, a veces tildadas de revoluciones, tienen un eje imprescindible sin el cual no podrían llevarse a cabo: la energía.
La energía es el cimiento de todo cambio tecnológico. Y por eso, los países cobijan tanto sus recursos energéticos.
Argentina es, y esto no es ninguna novedad, un país con muchos recursos energéticos. Esto no significa que le sobre: por ejemplo, no es un país petrolero, es un país con petróleo; y pese a que tenemos una gran reserva de gas en nuestro subsuelo, aún no ha podido explotarse en todo su caudal y atender debidamente a todas las regiones del país.
Por otro lado, en cuanto a energía eléctrica, Argentina goza de una geografía que abre un gran abanico de posibilidades de cara al futuro, desde energía solar a eólica, geotérmica o hídrica. Algunas, ya están siendo explotadas desde hace años de manera muy positiva. No obstante, el país sigue teniendo una matriz energética concentrada en la energía térmica que depende del combustible derivado del petróleo, un combustible caro y no renovable.
Hacia una nueva matriz
Un mundo que transmuta constante subido a una dinámica que demanda más energía, como por ejemplo la posibilidad de un parque automotor eléctrico, sumado a una matriz poco diversa no es un futuro deseable.
Sí lo es apostar a la diversidad energética, que da muchas más herramientas para satisfacer una demanda energética creciente. Se estima que, en los próximos diez años, la demanda eléctrica podría crecer entre un 30 y un 40 por ciento, lo cual es bueno. Esto implicaría un consumo de potencia de poco más de 10.000 MW al actual, redondeando 38.000 MW.
Estas cifras deben ser los disparadores de acciones, en concreto de obras, para atender al crecimiento. El aumento de la demanda eléctrica es necesariamente un factor de desarrollo para el país, porque está basado en un consumo que incluye lo domiciliario, lo comercial y lo fabril.
Para que el país pueda hacer frente a esta demanda sin inconvenientes, debemos actuar hoy. Y no solamente pensando en la infraestructura necesaria para la generación que, desde ya, es clave. Si no también reforzando las redes de transporte en alta tensión que lleva de un punto a otro la energía eléctrica con la calidad y la seguridad necesarias para un consumo satisfactorio.
Las redes de transporte eléctrico en alta tensión son como las autopistas de un país: conectan ciudades y permiten el intercambio de recursos, entre otras muchas cosas. Sin ellas, seríamos regiones aisladas.
Por tanto, con el transporte eléctrico, el Norte puede favorecerse con la energía eléctrica generada en con los parques eólicos del Sur (donde existe un potencial único en el Planeta) o la Patagonia puede beneficiarse de las represas de Cuyo o de la Mesopotamia. A su vez, en los grandes centros urbanos se puede atender a la alta demanda sin perjudicar a los centros económicos regionales y apuntalar la falta de gas natural en zonas donde la red no llega.
Inversiones eficientes
Reforzar el transporte eléctrico no solamente contribuye a tener una matriz energética más diversa y, por ello, más segura y sustentable, sino que, además, permitiría un ahorro económico en las necesarias inversiones y un desarrollo regional más acorde a un país federal, donde deben igualarse las posibilidades de crecimiento de las economías provinciales.
De acuerdo a estudios llevados adelante en el sector eléctrico, invertir para incrementar la red de transporte eléctrico en Alta Tensión permitiría afrontar el crecimiento de la demanda y, a su vez, la radicación de nuevas inversiones en sitios que hoy no están siendo considerados por no existir esta “autopista” que los conecta con el consumo. Pero, fundamentalmente, permitiría hacer despachos más económicos, con el ingreso de generación más eficiente, lo que implica una tarifa más baja en el costo de la energía.
Con una inversión de 6.800 millones de dólares, se podrían sumar 9.000 km más de Líneas en Alta Tensión (un incremento del 28% en comparación con la red actual), y 16.000 MVA de potencia de transformación (una suba del 42% en relación a la actual). Esto implicaría, además de generar puestos de trabajo temporales y permanentes, una baja en las tarifas que, indirectamente y teniendo en cuenta la carga de subsidios afrontada por el Estado Nacional, finalmente financiarían esas obras.
Si tenemos en cuenta el Plan Federal Regional III, que destinaría casi 800 mil a este tipo de obras, esa inversión se reduciría a unos 6.000 millones de dólares.
Argentina puede. Argentina debe. Argentina sólo tiene que decidir. Otros países no cuentan con recursos, Argentina, sí. Y no sólo recursos naturales sino también recursos humanos. Lograr un mayor desarrollo energético es indiscutidamente mejorar la calidad de vida. Ahora, fomentar inversiones para favorecer a las economías regionales es, sin dudas, apuntar a un país más federal y más justo socialmente.
*Presidente de GASNEA