Opinión

Año mundial  

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Por Carolina Sánchez *

Arrancamos un año con el alivio por la victoria de las vacunas sobre el virus pandémico y con expectativas de recuperación económica. No fue evidente que resultáramos muy distintos ni mejores, como algunos esperanzados pregonaban.

Hacia fines de febrero, el mundo era sacudido (no sorprendido) con una operación militar especial rusa para defender la seguridad y la integridad territorial de un territorio cartografiado en Ucrania y autoproclamado ruso. Un hecho que marcó el inicio de una catarata de respuestas diplomáticas y sanciones económicas de corto plazo, con más éxito gestual que práctico, que movió el tablero energético global. 

Cuando Alemania suspendió la certificación del gasoducto Nord Stream 2, reconociendo que la decisión tendría consecuencias en el abastecimiento energético del país, inauguraba una sucesión de decisiones en materia energética en todo el continente. Entre ellas, la reapertura de centrales nucleares, grandes obras para la desgasificación de GNL en puertos del norte, el impulso de las energías renovables y la decisión de construir un corredor de hidrógeno verde (obra que originalmente se había planificado como un gasoducto) entre Portugal, España y Francia.

La situación se propagaba por Europa con medidas tarifarias así como acuerdos comerciales frenéticos antes de la llegada del invierno que ya impuso su gélida presencia.

De la actual crisis energética global, que rememora algunos aspectos de la crisis de los 70s, pero con reverberaciones en temas de seguridad nacional, energética y alimentaria bajo una atmósfera con niveles CO2 que están cambiando el clima, sólo sabemos cómo empezó. Nadie se arriesga a establecer cuándo se logrará un nuevo equilibrio de fuerzas.

Los precios del petróleo alcanzaron niveles altos, pero el gas natural presentó subas récord y se produjeron enormes transferencias de consumidores a productores. Los costos medios de la generación de electricidad aumentaron en un 90% a nivel global explicado por el aumento del precio de los combustibles. 

La suba de los precios amenaza el acceso a la energía. Se estima que unos 75 millones de personas que alcanzaron el acceso reciente a la electricidad podrían perder capacidad de pagarla y mas de 100 millones de personas en el mundo podrían volver a utilizar leña u otra biomasa para cocinar.

Al mismo tiempo, las inversiones en eficiencia energética orientadas a edificios, transporte público e infraestructura para movilidad eléctrica, incrementaron un 16% respecto a 2021 alcanzando los 560 Billones de dólares, lo que la Agencia Internacional de Energía señala como un posible punto de inflexión a partir del cual se esperan mayores negocios.

Mientras tanto, en los 3 primeros trimestres de 2022, se debilitaron los anuncios de nuevos proyectos de inversión pero con diferencias entre países desarrollados y en desarrollo. A nivel global, los flujos de inversiones extranjeras directas hacia las economías desarrolladas fueron un 22% mas bajos en el segundo trimestre (en relación a 2021), con 137 mil millones de dólares estimados en un informe de la UNCTAD. En cambio, en economías emergentes las inversiones  mostraron cierta resiliencia, con un discreto aumento de un 6% respecto al año anterior, alcanzando 220 mil millones de dólares. 

La evolución de las energías renovables, presenta fuertes desafíos e implicancias geopolíticas, respecto a la volatilidad de los precios de la energía de origen fósil, la creciente demanda de minerales críticos y la seguridad energética. Por su parte sobre el seguimiento de casi 1600 medidas financieras gubernamentales de 67 países que hace la Agencia Internacional de Energía, se observa un apoyo financiero sin precedentes a la transición hacia energías limpias y medidas de amortiguamiento del impacto de los precios de los combustibles para los consumidores. Mientras tanto, crece la capacidad de generación renovable, aumenta el empleo en industrias relacionadas y tienden a converger los costos de generación para las fuentes solar fotovoltaica y eólica, siendo la eólica on shore, la de menor costo de generación por kWh.

El último reporte especial de la Agencia Internacional de Energía publicado en noviembre pasado, concluye en la necesidad de reducir las emisiones relacionadas con el uso de carbón como prioridad para cumplir los compromisos del Acuerdo de Paris; el 36% de la energía eléctrica global generada en 2021 provino de este recurso, la segunda fuente después del petróleo. Pero esta prioridad debe lidiar con algunos desafíos: un modesto incremento en el uso de carbón frente al alza de los precios del gas natural con, además, la concentración geográfica de las grandes minas de carbón que lo abastecen y sus efectos locales en el empleo. Hay en el mundo 9000 plantas energéticas basadas en carbón, con una capacidad de 2185 GW, de las cuales el 75% están ubicadas en mercados emergentes y países en desarrollo.

La última cumbre climática, la número 27, dejó más claro el diagnóstico, más explícita la complejidad geopolítica, más amplia la brecha entre lo que se logró en materia de “acción climática” y lo que la “ambición” pretendía y una sensación de “preocupación” y de “no alcanzar” los objetivos planeados. Como aplaudido resultado, un antifebril para los síntomas del problema: las compensaciones por pérdidas y daños a los países perjudicados por el cambio climático. Sabe a poco.

Hacia el final, cerramos con un mundial de futbol en tierras de abundancia y poco apego al recato del consumo energético, pero que por estas tierras gauchas está trayendo mucha alegría… y esperanza de campeón. Lo que viene son más desafíos en seguridad energética (¿una oportunidad para todas las fuentes de energías y el fortalecimiento de los sistemas integrados?  ¿Un impulso para la generación distribuida?), la asequibilidad, la resiliencia frente a la volatilidad de precios de las energías fósiles y la descarbonización. La energía como motor de un mundo cambiante.

* Profesora Titular, Maestría en Gestión Ambiental. Escuela de Negocios. Universidad Católica de Salta.


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