Opinión

La renta petrolera argentina: lecciones del pasado para proyectar el futuro

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Por Daniel Montamat y Agustín Torroba (*)

A principios de los sesenta del siglo pasado, Noruega era una de las economías menos desarrolladas y pobres de Europa.  En los setenta se descubren los recursos petroleros del Mar del Norte y Noruega empieza a explotarlos con su compañía estatal y con empresas privadas.

Los altos precios de aquella época permitieron generar una renta sobre los caros costos de la explotación  off shore. La renta (diferencia entre precios y costos) que apropiaba el estado noruego a través de cánones, regalías e impuestos (y los dividendos que aportaba la empresa estatal) empezó a ser acumulada en un fondo soberano intergeneracional que genera utilidades y que está blindado de los vaivenes políticos cortoplacistas.

Ese fondo hoy acumula más de 1 billón de euros, y, el año pasado, en plena pandemia, obtuvo rendimientos de 10.9% con sus inversiones. Este fondo de pensiones creado hace 26 años fue clave en la transformación económica y social de Noruega, hoy una de las economías más ricas del mundo (medida en ingreso per cápita) y con los mejores índices de desarrollo humano.  La riqueza petrolera fue una bendición para Noruega.

Pero hace 30 años, Venezuela era la economía más rica de Latinoamérica. La certificación de reservas probadas de petróleo la convirtió en el país con mayores reservas petroleras del mundo (más que Arabia Saudita que quedó en segundo lugar). Venezuela también se benefició con las vacas gordas de los altos precios y de la renta excepcional, pero allí predominaron otras políticas de gestión de la bonanza. La renta financió políticas distributivas de corto plazo que terminaron minando la estabilidad política y convalidando una economía extractivista  no sustentable.

Hoy Venezuela produce un cuarto del petróleo que producía décadas atrás, su producto no deja de caer, el éxodo venezolano no tiene parangón en la historia de la región, y el país detenta índices de ingreso per cápita y de pobreza que lo colocan entre los peores de Latinoamérica. La riqueza petrolera aparece como una maldición para Venezuela. Por supuesto que inciden causas múltiples en la evolución de ambos países, pero si uno pone el foco en la riqueza petrolera que los dos compartieron, el enfoque de la apropiación, el reparto y el uso de la renta petrolera que hicieron es clave para diferenciar su destino.  Cuando la riqueza petrolera  apuntala una cultura productiva, enriquece a la sociedad; cuando, en cambio, aceita una cultura rentista, favorece a una minoría a costa del empobrecimiento general.

La existencia de reservas de petróleo o gas en un determinado territorio es un legado de la naturaleza. Esas reservas están distribuidas en yacimientos de distinta dimensión, productividad y costos. La renta de un yacimiento en Medio Oriente es mayor que la de un yacimiento en Venezuela; y la de un yacimiento en Venezuela, mayor que la de uno en Argentina.

Como la renta surge como diferencia entre precios y costos, su valor es muy variable en el tiempo, aún en un mismo contexto geológico. Pero la decisión de inversión en la industria petrolera depende de la existencia de renta potencial, y de las reglas que rigen su apropiación y reparto.  La característica económica básica del negocio petrolero es calcular el valor de las reservas que razonablemente se espera encontrar, y compararlo con el riesgo y con el costo de explorarlas, de desarrollarlas, de producirlas y de comercializarlas. Negocio de  apropiación y distribución de renta, donde, países como la Argentina son tomadores de precios del mercado internacional, pese a la resistencia a seguirlos y a reemplazarlos  por precios de un “barril criollo” divorciado de esas referencias; y donde los costos sí dependen de la geología y de las políticas públicas, de la macroeconomía y de la microeconomía energética argentinas.

Hubo años en que la renta del petróleo  en la Argentina  alcanzó los 20.000 millones de dólares (recordemos que antes de la crisis financiera del 2008 la cotización del barril WTI llegó a los 147 dólares), y  otro año (2016) en que la renta fue negativa. La renta petrolera total del período 1993-2018 según la investigación del libro La Renta del Petróleo en la Argentina fue de 185 mil millones de dólares corrientes.

El gobierno (nacional y provincial) participó en la distribución de esa renta con un 42%, las compañías petroleras con un 23% y  los refinadores y consumidores aguas abajo con el restante 35%. En un mercado petrolero internacionalizado y con razonable competencia, donde los precios del crudo y los productos derivados reflejan los precios de frontera (referencias internacionales), los actores de la distribución de la renta son el gobierno (nacional y provincial) y las empresas productoras.

En contextos como el del mercado argentino, donde ha habido intervención en los precios, el reparto de la renta incorpora un nuevo actor aguas abajo, que puede ser el sector refinador (ampliando sus márgenes) o el consumidor de productos derivados si la transferencia de renta se traslada por completo a los precios finales que se pagan en surtidor. A su vez, el consumidor final de productos (nafta, gasoil) también puede generar una renta excepcional al circuito aguas arriba  si paga precios en el surtidor asociados a un barril doméstico que cotiza por encima del precio del barril en el mercado internacional.  

La Argentina es un país con petróleo, no petrolero, y la renta generada en nuestra geología no es comparable a la que se puede generar en Noruega y en Venezuela, pero queda claro que con la apropiación de renta que hicieron los gobiernos de las provincias con hidrocarburos (regalías e impuesto a los ingresos brutos), y la que hizo el gobierno nacional (impuesto a las ganancias, retenciones a la exportación) los recursos se utilizaron en usos corrientes y nunca se planteó la creación de un fondo soberano o contracíclico (como los chilenos lo constituyeron para el cobre).

Los vaivenes de precios intervenidos y los costos de la inestabilidad macroeconómica argentina han alterado de manera recurrente las reglas que rigen la apropiación y el reparto de la renta con impacto directo en las decisiones de inversión de la industria, y, por ende, en la evolución de las reservas y  en la evolución de la producción.

Los datos constatan que cuando hay desacople de precios locales respecto a los precios de frontera y se distorsionan las señales que definen el cálculo de la renta y su distribución, por más que el sector productor siga recibiendo renta en valores absolutos, se verá afectada la explotación petrolera con caída de la producción y de las reservas probadas. La incertidumbre sobre la renta afecta los fundamentos del  negocio. Cae la inversión en reposición de reservas (inversión exploratoria) y se sobreexplota el yacimiento maduro que está en producción. Estos problemas se magnifican en la explotación de los recursos no convencionales, que, en la etapa de factoría (explotación intensiva) se asemeja más a una explotación minera.

La irrupción de las energías verdes y la presión política internacional para reducir emisiones de gases de efecto invernadero, auguran que muchas reservas de petróleo y gas dormirán el sueño de los tiempos. La Argentina tiene una industria petrolera de más de 100 años de antigüedad y debe acelerar el ritmo de exploración y explotación de sus recursos antes de que sea tarde. El enfoque de la renta y la previsibilidad de los mecanismos que rigen su apropiación y reparto, además de la experiencia comparada, deben guiar las políticas públicas en la nueva “batalla del petróleo” que hay que librar.

(*) Autores del libro La Renta del Petróleo en la Argentina. EUDEBA. 2021


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