Opinión

La eólica y la composición energética uruguaya

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Para principios de la década de 1980 Uruguay había desarrollado todo su potencial hidroeléctrico. Gran parte de este desarrollo se había hecho en sociedad con la República Argentina mediante el aprovechamiento hidroeléctrico de Salto Grande.

Como la producción de la represa superaba ampliamente las necesidades de Uruguay, se convino que en un principio Uruguay incurriría en 1/6 de la necesidad de inversión y le correspondería inicialmente la misma proporción.

Se había establecido que Uruguay iría aumentando su derecho al uso de la energía progresivamente.

Para mediados de la década del 90 Uruguay pasó a tener derecho a la mitad de la producción de Salto Grande. En ese entonces Uruguay era un país completamente hidroeléctrico, con una generación térmica de respaldo para casos de muy baja hidraulicidad.

El crecimiento de la demanda entonces alcanzaba el 3,5% anual, por lo que la necesidad de respaldo técnico iba aumentando de forma progresiva. En ese entonces, por una cuestión de economía de costos, se decidió que el respaldo necesario para la generación hidroeléctrica uruguaya se basara en contratos de potencia con energía asociada, firmados con generadores de la República Argentina.

Por ello, entre los años 1992 y el 2006 no se instaló ninguna generación térmica en Uruguay.
Para el 2005, el aumento de la demanda había alcanzado a la generación media hidroeléctrica y era necesario recurrir, cada vez más, a la generación térmica.

Debido a la crisis económica sufrida por la República Argentina en el año 2001, los contratos de potencia con energía asociada no se fueron renovando.

Para el año 2005, habían finalizado todos los contratos. De este modo, Uruguay quedó en una situación apremiante, debido a que a partir de las mermas de hidraulicidad, existían riesgos de no cumplir con la demanda. A su vez, el respaldo térmico era cada vez más necesario. Esto se combinaba con precios muy elevados del petróleo, lo que hacía la situación insostenible.

Se estableció entonces una política de estado por parte de todos los partidos políticos con representación parlamentaria, para que trascendiera las distintas administraciones de gobierno, mediante el establecimiento de una planificación de largo plazo, fortaleciendo todas las acciones que de ella se derivaran y potenciándola como un instrumento de desarrollo e integración.

El objetivo explícito de la política energética era: “la satisfacción de todas las necesidades energéticas nacionales, a costos que resulten adecuados para todos los sectores sociales, y que aporten competitividad al país, promoviendo hábitos saludables de consumo energético, procurando la independencia energética de el país en un marco de integración regional, mediante políticas sustentables tanto del punto de vista económico como medioambiental, utilizando la política energética como un instrumento para desarrollar capacidades productivas y promover la integración social”.

En esas circunstancias se comenzaron a analizar las energías renovables no convencionales, como ser la eólica, la biomasa, la energía solar y la mini hidro.

A pocos de comenzar estos estudios se observó que la eólica era la tecnología, que por su madurez y prestaciones, prometía ser la más relevante para la solución de los problemas energéticos del país.

Se instalaron casi 30 estaciones de medida de recurso en torres de telefonía celular de más de 80 metros de altura. Con ellas se pudo observar que el recurso era uniforme en todo el territorio nacional y suficientemente bueno como para poder esperar un buen aprovechamiento energético.

En junio del año 2010, en ocasión de las segundas jornadas de energía eólica promovidas por la Asociación Uruguaya de Energía Eólica (AUDEE), una alta autoridad de la Cámara de Industrias del Uruguay en su discurso inaugural comentaba: “no pretendemos que las ERNC sean la solución a los problemas energéticos de Uruguay, pero sí que colaboren a esa solución”.  Esta frase, cargada de buenas intenciones, en realidad ocultaba el escepticismo que los lideres mostraban en cuanto el potencial de las ERNC. Sin pretenderlo, esta frase se transformó en un acicate para los allí reunidos.

Para ese momento había instalados en Uruguay unos 30 MW eólicos y, a partir del 2010, se comenzó un proceso que llevó a la instalación de casi 1500 MW de generadores eólicos.

De esos casi 1500 MW, unos 360 MW se concretaron mediante subastas, de acuerdo al reglamento del Mercado Eléctrico uruguayo, otros 550 MW mediante llamado a adhesiones al precio de la última subasta, 350 MW mediante contratos de compra entre la empresa estatal de energía eléctrica UTE y sociedades con participación de UTE al precio de la última subasta. Otros 240 MW se construyeron para operar en el mercado spot, realizados algunos por UTE (160 MW) y otros por inversores privados (80 MW).

Hoy esos 1500 MW pueden generar casi el 45% de la energía que precisa el país a lo largo de un año. Si a esto le sumamos al 5% de la solar fotovoltaica, el 10% de la biomasa y entre el 30 y el 60%  de la hidroeléctrica (dependiendo del grado de hidraulicidad del año); hace que en el 80% de las crónicas hidráulicas se haya desplazado a la generación fósil, dejando a ésta como un respaldo térmico que puede llegar a abastecer el 10% de la demanda en un año extremadamente seco.

Evidentemente las ERNC fueron claramente una solución a los problemas energéticos del país y significan, en años de hidraulicidad media, un ahorro de 250 millones de dólares al año para un costo del barril de petróleo similar al de hoy. En años extremadamente secos este ahorro puede llegar a representar hasta 500 millones.

Cuando se había comenzado a estudiar las ERNC en el año 2005, se observaron ventajas comparativas para la eólica en Uruguay, que la hacían muy competitiva:

Existe naturalmente un muy buen complemento con la hidroeléctrica (se dice que un sistema eléctrico admite tanta eólica como disponga de hidroeléctrica).

El mercado eléctrico uruguayo era pequeño en relación a la superficie territorial (por ejemplo 10 veces menos intenso que el español).

Había una muy buena interconexión con Argentina y se estaba construyendo la interconexión con Brasil.

Uruguay disponía de 500 MW de turbinas de gas (200 en la Tablada y 300 en Punta del Tigre), y disponía de otros 80 MW de motores en central Batlle. Todas estas unidades eran unidades de respuesta rápida, que podrían acompañar a las variaciones de la eólica.

Casi todo el territorio nacional posee vientos a 100 m de entre 7 y 9 m/s de velocidad, que es  semejante a la de los países que desarrollaron esta tecnología. 

Alta densidad del aire, lo que favorece el contenido energético del viento.

En Uruguay la energía eléctrica proveniente de combustibles fósiles tiene referencia internacional, por lo que no hay subsidios.

Todas estas ventajas llevaron a que la energía eólica se convirtiera en la solución real a los problemas energéticos de Uruguay, y su enorme potencial y posibilidad de seguir instalando aerogeneradores  en forma escalonada hacen que se avizore que está solución se mantendrá en el futuro.

A su vez, ésta alta penetración de la eólica en Uruguay, inédita a nivel mundial, ha derribado algunos mitos que actuaban como barreras para su desarrollo, entre ellos se pueden mencionar:

Que la energía producida es de mala calidad y solo puede introducirse en forma parcial o marginal.

Que se trata de una forma de generación muy costosa.

Que las variaciones de potencia horaria son muy bruscas y la hacen ingobernable.

Que las ERNC “consumen” mucha red de transmisión.

Que siempre precisan gran cantidad de respaldo firme. Por cada MW eólico que se instale, es necesario instalar un MW térmico y  de funcionamiento muy flexible (turbinas de gas  y motores).

Sin embargo, poco a poco la Eólica, asociada a un gran avance tecnológico, fue derribando esas barreras o mitos.

Hoy nadie duda de la calidad de energía que produce esta fuente. De hecho, normas creadas para controlar los perjuicios que ellas traían a los sistemas eléctricos se han vuelto obsoletas.

Las subastas realizadas en los países de la región  han demostrado que son muy competitivas desde el punto de vista económico.

Su asociación en la operación conjunta con centrales hidroeléctricas y su dispersión geográfica han eliminado el problema de las variaciones de potencia, demostrando que las hidroeléctricas convencionales y la eólica  forma un “matrimonio ideal”.

Los factores de capacidad alcanzados por la eólica son similares a los de las hidroeléctricas (razón de ser de los sistemas de transmisión), por lo que son perfectamente compatibles con los sistemas de transmisión existentes y además, debido a que generalmente se trata de generación distribuida, contribuyen a aliviar la congestión en el transporte.

Si bien los reglamentos actuales que regulan los mercados eléctricos no reconocen potencia firme de la eólica, porque no la tienen en el sentido convencional, sí es cierto que colaboran en forma sustancial en disminuir las necesidades de potencia firme de los sistemas que integran, aumentando la confiabilidad de los mismos, razón de ser de la definición y exigencia de potencia firme.

Por otro lado, la dispersión geográfica de las ERNC disminuye las variaciones de su producción, aumentando su “firmeza” y haciendo necesario sacar el máximo provecho de la existencia de interconexiones internacionales y favoreciendo el comercio regional de energía.


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